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20 julio, 2010 / Jorge Gato

La habilidad del compás

El compás es un instrumento que siempre me fascinó y que nunca dejó de producirme cierta inquietud. Quizá para muchos pasó inadvertido debido a que sus largas y metálicas piernas le hacían parecer un objeto tosco, rígido, incapaz de deslizarse por un folio con la plasticidad y elegancia con las que luego nos sorprendía; a que su aspecto robótico parecía condenarlo a una actuación mecánica que en ningún caso se acercaba a la belleza de la que luego se demostraba capaz; la terrible simplicidad de su mecanismo y sus formas nos impedía adivinar la cantidad de tareas geométricas que éste podía asumir y para las que, además, resultaba imprescindible. Me alegra poder afirmar que soy uno de aquellos a los que no consiguió engañar con su apariencia austera y esquelética. Tras unos pocos años usándolo y una vez desarmadas todas las teorías que su figura nos inducía a pensar erróneamente, me di cuenta de que lo que sin duda más me inquietaba del compás era su facilidad para acabar cerrando siempre la circunferencia. Cuando llegaba el momento mágico de unir el trazo, me parecía que algo distinto ocurriría, que la línea no podría reencontrarse con su origen esta vez, que pasaría por su lado, muy cerca, casi rozándola, pero que no serían capaces de unirse con semejante precisión. Una y otra vez, claro, el compás volvía a deleitarme con su sofisticada competencia, acompañando a morir al trazo justo donde éste empezó, valiéndose para ello de la estética y la pureza del mejor bailarín clásico.

En cierto modo todos somos el compás y, en cierto modo, a todos nos gustaría serlo. Quién no ha sido juzgado alguna vez en base a su apariencia, a quién no le han sido atribuidas cualidades que no tiene o negadas otras que sí. Cualquiera de nosotros puede llegar a resultar imprescindible para alguien, aunque casi nunca para algo, pues estamos condenados a ser reemplazados con extrema rapidez, y así debe ser. No todos somos capaces, sin embargo, de la belleza, ni de desempeñar nuestra tarea con competencia y buen estilo, ni de asumir con igual éxito la complejidad de ejercer varias funciones. Y desde luego no somos capaces de cerrar con la misma precisión cada circunferencia que iniciamos. Para algunos esto es el encanto mismo de la vida: la incapacidad del ser humano para alcanzar la perfección. Para otros es simplemente un castigo, sea éste divino o no.

Este autor tuvo que esperar a abordar su texto Ángeles sin rostro para recordar las extraordinarias virtudes del compás y comenzar a envidiarlas profundamente de nuevo, además de admirarlas. En gran medida, escribir un texto es similar a trazar una circunferencia: siempre buscas cerrarlo con la mayor habilidad posible, intentas que todo termine por encajar convenientemente. Desafortunadamente no somos al texto lo que el compás es a la circunferencia: si bien es cierto que podemos tener mayor o menor habilidad para completar la tarea, nuestro diseño no está pensado para facilitarla hasta tal punto. Me encantaría que hacer un gesto liviano y estético tras levantarme de este banco diera como resultado un texto perfecto, que expresara ordenadamente todas las ideas que en él quiero plasmar, con una estructura atractiva y trabajada, con toques de humor ingeniosos y palabras enrevesadas entremezclándose con otras más comunes. Pero nada de eso va a suceder. Primero pasaré el texto a una hoja impoluta del Open Office Writer, sorteando los tachones de este folio y achinando los ojos para ver las palabras que hay escritas sobre ellos, seguramente cambiando algunos detalles mientras lo hago. Una vez lo dé por terminado, lo repasaré una y mil veces, volveré a cambiar cosas, a añadir otras. Y después de todo el proceso odiaré de nuevo al compás, por su don, o más bien por no tenerlo yo. Porque el compás es quien guía a la circunferencia y yo seguiré sintiéndome a merced del texto, de su capricho, del ritmo y del camino que él tenga a bien marcarme. Es parte del encanto de la vida, volverán a decir algunos.

Quiero ser como el compás, para tener la perfección a tan sólo un fouetté de distancia.

6 comentarios

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  1. micromios / Jul 20 2010 15:00

    Es curioso, yo escribí un relato (microrelato sobre el compás) . Yo le di personalidad al compás y tu le has dado profundidad e ideas. Coincidimos al final en reescribir para lograr un texto redondo, una circunferencia bien cerrada aunque para ello tuvimos que hacer muchas piruetas.
    Salut

    • krknose / Jul 20 2010 16:35

      Eso confirma mi teoría de que ya se ha escrito sobre todas las cosas. No obstante me alegro de que le hayamos dado un enfoque distinto, resultará más enriquecedor para el planeta =)
      Me gusta tu blog, intentaré encontrar la entrada (si la has subido) sobre tu visión del compás.

      Un saludo y gracias por comentar!

  2. pipermenta / Jul 20 2010 18:37

    Coincidencias. Nada más empezar a leer tu texto recordé el de micro. Te recomiendo que lo leas pues es realmente bueno.
    Dos diferentes puntos de vista sobre un mismo objeto. Los dos geniales.
    Un saludo

  3. Concha Huerta / Jul 22 2010 21:51

    He disfrutado mucho con este texto tuyo sobre la perfección del compás y tus anhelos de perfección como escritor. Perfección que solo existe en la geometría si acaso. Más difícil me parece alcanzarla en esta tarea de escribir que nos hemos impuesto. Para mi un texto perfecto es un texto que suena bien y deja huella. Desde ese punto de vista te felicito, pues el tuyo cumple estos dos requisitos.
    Un saludo

    • krknose / Jul 23 2010 13:16

      Supongo que si alcanzáramos la perfección llegaría un momento en el que nos resultaríamos tremendamente aburridos. No obstante al compás no se le nota afligido cuando la alcanza día tras día, vez tras vez. Quién sabe.

      Me alegro de que te haya gustado el texto y muchas gracias por tomarte la molestia de dejar un comentario.

  4. Manuel / Jun 17 2011 12:17

    Sinceramente debo decir que el texto me parece realmente bueno por lo poético. De lo mejor que he leído últimamente en los blogs.

    Un abrazo

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